A nadie hace gracia levantarse temprano una mañana de sábado, en invierno, para encarar un largo viaje en ómnibus; especialmente cuando, como es el caso de quien escribe, creyó haber dejado esta costumbre sepultada en su temprana adolescencia, abundantes décadas atrás. Pero cuando el acicate es la promesa de degustar buenos vinos en el cordial ambiente de una bodega familiar, todo se hace mucho más fácil. Y si se conoce la buena disposición del principal anfitrión, lo hará además con total confianza. Así que el sábado 14 varios integrantes de la AUSP emprendimos de muy buen talante la travesía hasta la bodega Bresesti, donde Bruno y sus padres nos estaban esperando para darnos a probar unos cuantos vinos aún no lanzados al mercado, incluyendo varias novedades exclusivas. Tan experimentales que no es seguro que lleguen a comercializarse.

Luego del intercambio de saludos con los integrantes de la familia, incluida su nutrida pandilla canina, Bruno nos proporcionó un conciso resumen de la operativa de la bodega, y nos detalló las modificaciones en marcha para hacer frente a la apertura del mercado brasileño. Pudimos ver las piletas de fermentación de hormigón, incluidas las que su abuelo, en 1937, construyó por debajo del nivel del suelo; de esta manera las variaciones de temperatura son menores, minimizando al mismo tiempo el gasto en enfriamiento. Por cierto que mientras las construía no debería estar imaginando que, ochenta años después, su nieto estaría elaborando vinos finos merecedores de reconocimiento internacional, como la medalla de plata obtenida por su Tannat Premium 2015 en Vinalies.

Pero lo que elevó nuestras expectativas fue conocer la sala de degustación, recientemente implementada como parte de su creciente interés en el enoturismo. Aunque en realidad no fue allí que comenzamos a saborear sus novedades; debimos pasar nuevamente a la bodega para probar lo más nuevo de la producción de Bresesti. Allí tuvimos la oportunidad de catar varias creaciones recientes de Bruno, aún en etapa de evaluación. En primer lugar, un Sauvignon Blanc Reserva, con buen cuerpo e interesantes aromas. Lo siguiente que nos ofreció fue algo bien original: un vino naranja; no precisamente de ese color, pero que destaca por su sabor como por su fragancia. Aún más sorprendente resultó la próxima novedad, que Bruno presentó como un ‘tinto para verano’, aunque al apreciar su color surgió la discusión acerca de si se lo debía catalogar como tinto o como rosado; un sangrado de Tannat fresco y ligero, muy agradable al paladar, adecuado para acompañar una comida ligera y hasta para consumir solo. De hecho, este autor dejó expresa su voluntad de ser el primer comprador (de varias botellas) cuando el vino salga al mercado.

Terminada esta etapa, fue un placer salir a disfrutar del radiante día de sol que la naturaleza nos estaba brindando. Un pequeño pero muy bien servido buffet había sido previsto junto a los tanques donde descansan los caldos de la última cosecha, que próximamente saldrán al mercado. Allí tuvimos oportunidad de comprobar la calidad de la línea Pequeñas Colecciones que pronto estará a la venta. El primero fue el blend de Arinarnoa (60%) con Tannat (40%); luego la variedad estrella, el Cabernet Franc, que es el de mayor venta, seguido por el Cabernet Sauvignon, el varietal de Arinarnoa, y finalmente dos Tannat, el Pequeñas Colecciones clásico (elaborado a partir de viñas con un rendimiento de 12.000 kg/ha), y el Tannat Premium (de 8.000 kg/ha).

Después de tantas y tan buenas experiencias, finalmente llegó la hora de emprender el regreso, y tuvimos que encarar la despedida. Se imponían los agradecimientos a los anfitriones, y entre los saludos debimos dedicar uno especial para Carlos Bresesti, que según nos enteramos en ese momento, estaba festejando su cumpleaños. Dejamos a la familia y algunos invitados disfrutando de la ocasión en la casa/bodega, que en realidad son un conjunto perfectamente integrado, donde apenas un pasaje marca la diferencia entre una y otra. Diferencia esta que, posiblemente, sea aún más estrecha en los corazones de estos vitivinicultores que llevan el oficio en la sangre.

Cumplido el objetivo de nuestra visita, palpitando nuestros corazones con las vivencias del grato momento vivido y nuestras papilas con los sabores de los buenos vinos paladeados, salimos a la carretera intentando llevarnos también un poco de ese brillante sol, que por esos lares se disfruta con más placer que en medio de la vorágine ciudadana.

Relato escrito por el Sommelier Juan Adano para la AUSP.