Steven Spurrier (1941-2021), in memoriam

 

Nosotros, los sommeliers, como tanta otra gente del mundo del vino, le debemos mucho a Steven Spurrier. Al fallecer este 9 de marzo en su casa de Bride Valley, se llevó con él toda una época. Pero su legado es grande; y aunque será conocido para siempre como el hombre del Juicio de París, este inglés enamorado de la capital francesa llevó a cabo un trabajo más vasto en la industria del vino.

 

Tras sus estudios de economía en la London School of Economics, una cuantiosa herencia le permitió dedicarse a sus dos grandes pasiones: el arte y el vino. Su relación con esta bebida había comenzado a edad temprana, cuando a los 13 años probó una copa de Oporto Cockburn 1908, según él mismo contaría en sus memorias mucho tiempo después.

 

A principios de los setenta abrió en París Caves de la Madeleine, una referencia para quienes buscaban comprar vinos fuera de lo común, que no eran la mayoría de los franceses de la época. Muchos pequeños productores encontraron en Spurrier una posibilidad de dar a conocer sus vinos y su tienda era una embajada para las mejores bodegas. Un par de años más tarde, fundó la Académie du Vin, donde daba cursos de seis semanas a chefs de cocina y sommeliers, y organizaba degustaciones temáticas en una época en que el vino no se enseñaba en Francia, salvo en algunas escuelas hoteleras públicas. La academia ofrecía cursos y master class en francés y en inglés, y la oportunidad de escuchar a bodegueros y enólogos explicar sus métodos de elaboración y sus convicciones. Su erudición, su amor por el vino, su curiosidad y entusiasmo hicieron de Spurrier una gran personalidad dentro esta industria.

 

En 1976 se propuso organizar, con la directora de la Académie du Vin, Patricia Gastaud-Gallagher, una degustación de vinos californianos con el objetivo de que fueran descubiertos por los periodistas y comerciantes parisinos. Convocaron así a nueve catadores reputados, pero poco antes de la degustación, Spurrier temió los preconceptos de los franceses. Decidió entonces que la degustación fuera a ciegas e incluyó grandes vinos locales. El resultado es conocido: los vinos californianos (un chardonnay y un cabernet sauvignon de Napa Valley a la cabeza) se llevaron las mejores palmas frente a sus pares franceses, para asombro e irritación del propio jurado de la cata, sobre la que se sigue polemizando 45 años después. Este evento, bautizado por un periodista de Time como el “Juicio de París” –en clara referencia al mito griego del príncipe Paris, juez en una disputa entre diosas por quién era la más bella y que, tras raptar a Helena, provocó la guerra de Troya– no solo hizo a Spurrier conocido en el mundo entero, sino que marcó un antes y un después en el universo del vino al permitir descubrir el potencial del llamado Nuevo Mundo. Y eso también ayudó a despertar a los productores franceses.

 

Ya en los años ochenta, Spurrier fue invitado a integrar el comité de degustación de La Revue du vin de France junto a otros destacados críticos. Cuando volvió a Londres, a principios de los años noventa, la revista Decanter le abrió sus columnas (escribió más de trescientas) y se convirtió en uno de sus editores consultantes. Decanter ganó con su contribución un gran prestigio internacional y le permitió a Spurrier recorrer el mundo, visitar regiones nacientes, establecer una amplia red de conexiones y crear, en colaboración con Sarah Kemp, los Decanter World Wide Awards en 2004, un verdadero éxito comercial.

 

Spurrier vivió por y para el vino y asistía incluso a las catas menos concurridas de las regiones vitivinícolas más ignotas para la mayoría. Dirigió los cursos de vino de Christie’s para su mentor Michael Broadbent MW. Abrió bares de vinos en París e hizo negocios vinícolas en Estados Unidos, aunque generalmente a pérdida. En Londres invirtió en Vinopolis, una atracción turística basada en el vino en los arcos ferroviarios en desuso cerca de London Bridge, hoy ya cerrada. La Académie du Vin tuvo su réplica en Italia, en India, en Japón y en Canadá.

 

Pero más allá de sus aventuras comerciales, su última pasión, y quizás su obra más emblemática, es su viñedo en Dorset, en el suroeste de Inglaterra. Con su esposa Bella, creó Bride Valley durante el invierno de 2008-2009; su primera cosecha fue en 2011. Desde entonces no cesó de promover los vinos producidos sobre los suelos calcáreos kimeridgianos de su país.

 

Su libro de memorias A life in wine, publicado en 2020 solamente en inglés, es el testimonio de una vida dedicada al vino con pasión. El libro había tenido una primera versión editorialmente algo fallida en 2018, lo que impulsó a Spurrier a publicarlo por sus propios medios, dando creación así a su sello editorial Académie du Vin Library. Pero más que las páginas de un libro, este hombre dejó escrita una página de la historia del vino. Sin embargo, según cuenta Jancis Robinson en la entrañable necrológica dedicada a su amigo, Spurrier hubiera preferido ser recordado por sus emprendimientos académicos y editoriales más que por aquel “juicio” ocurrido hace décadas en la capital francesa.

 

En 2017 fue reconocido por la revista Decanter como Hombre del Año por el conjunto de su carrera. Sarah Kemp, directora de la revista, estimaba en ese momento que la clave del éxito de la carrera de Spurrier estaba en su “aproximación igualitaria del vino”: podía reconocer un gran vino tanto entre los clásicos grands crus como entre los producidos en regiones emergentes. Y entusiasmarse por ellos. Así fue que el Uruguay vitivinícola supo contarlo entre sus ilustres, aunque discretos visitantes. Gracias a su amistad con la familia Pisano, cuyos vinos descubrió hace 20 años en ferias europeas, cumplió su deseo de venir a nuestro país a finales de 2019.

 

Steven Spurrier es descrito por quienes lo conocían como un hombre amable, espiritual y erudito, de juveniles elegancia y entusiasmo. Según le confesó a Jancis Robinson poco antes de dejar esta vida, se consideraba una persona afortunada y agradecida por lo que le había tocado vivir, por la gente que pudo conocer y, a la vez, inspirar. Estas palabras son para agradecerle a él, pues, lo que nos dejó en legado a los profesionales del vino: pasión, profesionalismo, deseo constante de seguir aprendiendo y conociendo, sin ataduras a preconceptos.

 

Anna Larocca, sommelière